domingo, 2 de junio de 2013

Sergio Infante; De "Las aguas bisiestas", 2012

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Tántalo

Lo serán. Lo seremos, podría añadir
si hablo en especie y, por un rato,
omito mi cuerpo, tacho su ambición: 
la dilación y el espacio de lo propio.
Soñaremos el lago, su cosquilleo
ilusorio en la barbilla, ese linde
inclemente que discrimina los labios
lacerados con el regusto del Siroco. 
Soñaremos la rama burlona, la fuga
frutal siempre a un jeme de la frente, 
a un tris que entristece el mordisco.
Quedaremos en la estacada de Tántalo:
padeciendo el suplicio del agua esquiva,
de las manzanas como carne escatimada
aunque nuestra única atadura sea errar
de saqueo en saqueo; ni tribu ni tregua.
Viviremos la misma condena de Tántalo,
pero muy distantes del lago, muy ajenos
del fruto que madura en la esperanza.
Porque el Tántalo, castigado por los dioses,
se engaña con la eventualidad de que el lago
baje más despacioso que el deseo
desmoronado en su garganta, se ilusiona
con un trozo de manzana entre sus dientes.
En cambio, al Tántalo que encarnaremos
si existe el precio de pertenecer a una especie, 
lo apremiarán los huertos de los poderosos,
sus muros artillados, sus venenos y trampas,
el laboratorio en el centro como un surtidor
que anima el borbotón prohibido y su pureza.

Todo nuestro patrimonio ocupará el talego
de una conseja enconada hasta en los sueños,
cuando dormir equivalga a la extenuación
después de recorrer en grupos pequeños,
siempre más diezmados y dispersos, siempre
un andar neblinoso por la sed y el hambre,
o la traición que espiga al menor descuido.
Solo habrá paz, el escaso gustillo del botín,
en los momentos de contarnos y escucharnos
la historia de ese titán cuyo sentido se explica
con la perpetuidad burlona de un tormento.
Nos consolará la idea de que, desde tiempos
anteriores al Tiempo, un perdedor gigante
sufra, en carne propia, nuestra mayor desdicha*.

Dicen que Tántalo fue condenado, al suplicio que el poema describe, por robar el néctar y la ambrosía a los dioses. Los repartía entre sus amigos mientras les chismorreaba los secretos del Olimpo. No contento con los latrocinios y las infidencias, también habría negado, entre otras, la divinidad del Sol, y pretendido poner en duda la omnisciencia de los dioses sometiéndolos a una prueba macabra: un banquete donde los aderezos del plato de fondo disimulaban la carne de su propio hijo. Yo, conociéndole el paño a los poderosos, me atrevo a mantener la hipótesis de que aquella criminal ordalía jamás existió y que no fue más que un vulgar infundio. Un montaje para desprestigiarlo porque Tántalo habría sido el primer antisistema, una suerte de protoinconformista al que no bastaba con derrotar sino que además había que castigar y difamar.




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