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Omar Cid, escritor
Crónica Digital
Re-plantear
la historia, buscar nuevas lecturas, no debiera en ningún caso generar tanto
ruido. Sin embargo por alguna curiosa razón, cuando se indagan nuevas
perspectivas de análisis, nuevas voces en el terreno literario y de modo
especial en la poesía, pareciera que se estuviera atentando contra cierta
dogmática instalada a fuerza de letanías.
Tocar
el libro sacro, alterar los venerables nombres instalados allí, por los
sacerdotes de la palabra, tiene su similitud con una vieja tradición judía, se
dice que en el antiguo templo de Israel, existió un lugar llamado Kodesh
Hakodashim, una especie de santuario supremo, donde la presencia divina era
patente. Su entrada estaba prohibida, excepto para el Sumo Sacerdote, quien
ingresaba al lugar una sola vez al año. Demás está decir que los que violaban
la prohibición eran castigados con la muerte, e incluso el elegido, podía
correr esa suerte sino respetaba una serie de procedimientos.
Definido
el escenario, el trabajo de selección elaborado por Lila Calderón, Teresa
Calderón y Thomás Harris en “Antología de la poesía chilena. La generación del
60 o de la dolorosa diáspora” es un esfuerzo más por ordenar un baraja todavía
dispersa, donde todas las cartas son archiconocidas. Entonces una primera
virtud del texto, apoyado por la editorial Catalonia, es la opción de bucear en
las mohosas aguas de una generación sentada en sus laureles y amparada bajo el
grandilocuente concepto de canon.
El
texto incluye a 26 autores, donde tiempo histórico y espacio juegan un papel
preponderante, bajo esa perspectiva existe una coherencia y profundización de
conceptos en los compiladores, ya en su antología “veinticinco años de poesía
chilena (1970-1995) del año 1996, los poetas seleccionados nacen entre 1937 y
1962, son sacudidos por un suceso histórico que altera la vida del país y de
sus habitantes como el golpe de Estado de 1973. Esta generación de voces
“emergentes” según Waldo Rojas, se transforma en una experiencia cultual diezmada
y sometida a la diáspora. El concepto diáspora es en ese entonces (mediados de
los 90’) un adjetivo más, en la antología del año 2012 pasa a ser un elemento
central de clasificación; y por tanto un reconocimiento a una producción
literaria desconocida y no considerada.
Otro
componente de importancia a mi juicio, es una sensación de época, pareciera que
en la primera mitad del siglo XX, la poesía chilena estaba escrita con nombre y
apellido, cada uno con su feudo y siervos incluidos. Desde 1950, comienza una
especie de decadencia o proceso de liberación estética, donde los viejos
nombres pierden terreno, hasta que en la llamada generación del 60, los grandes
maestros se desvanecen y comienza una dispersión de estilos, una heterogeneidad
de voces diseminadas por todo el territorio nacional, cuyas expresiones dieron
paso a revistas, recitales, agrupaciones o simples grupos de conversación.
Desde
ese momento los intentos por establecer un orden escritural, se vuelven cada
vez más difíciles, de ahí entonces la importancia de rescatar el atrevimiento
de los compiladores, quienes teniendo conciencia de las limitaciones
existentes, y desde sus propios paradigmas literarios, provocan a los lectores
entendidos y aportan ciertas claves de lectura, para las generaciones
posteriores.
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