jueves, 31 de mayo de 2012

Eduardo Embry, desde el Puerto de Southampton, Inglaterra


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CIEN AÑOS DEL HUNDIMIENTO DEL TITANIC

“Les podría gritar, les grito: "Pero nadie sabe
en qué acabará el mundo; ¿no es maravilloso?"(…)
¿Y de dónde provienen aquellas miles
y decenas de miles de maletas empapadas,/
flotando a la deriva, sobre las aguas?/(…)
Hans Magnus Enzensberger

  
Desde la bóveda oscura
del universo donde estaba prisionero,
soñé que Chile entero
era un gran barco
de cuatro chimeneas
que jamás sería hundido;
y soñaba que salía del puerto
repleto de pasajeros, que bailábamos
y cantábamos, todos encadenados,
porque nunca seríamos vencido;
el muelle estaba repleto
de buena gente, gente
recontra buena
que desde
la orilla nos veía, que poco a poco,
nos alejábamos del litoral, y los músicos
en la cubierta
de este inmenso trasatlántico
no cesaban de tocar sus violines,
era lindo ver cómo se bailaba
polkas y valses antiguos,
las muchachas ricas
lucían sus joyas y vestidos transparentes;
la gente sencilla como yo, como tú,
las veía brincar
como pájaros de patas largas,
de aquí para allá;
en este barco
nadie tenía miedo al mar,
porque este era un barco
que jamás sería hundido;
así se decía en nuestras canciones;
cada uno de los aceros
unidos con tuercas enormes,
eran difíciles de romper;
soñaba que este barco
iba a toda velocidad,
que iba de cabeza
a estrellarse contra aquel témpano maldito;
era como defender la plaza de Rancagua
en tiempos de la independencia;
pues así son los sueños
que a veces soñamos,
todos sabemos que nos íbamos
a estrellar; era como volver
un siglo atrás y ver
la Esmeralda, aquel barquito de madera
que espera
al gran acorazado en Iquique;
pero nadie
movía un dedo
para que el barco en que navegábamos
no se rompiera en mil pedazos;
cuando los oficiales de guardia
gritaron: cuidado, que vamos
de cabeza contra un témpano maldito;
el que manejaba el timón,
al ver la impresionante roca de hielo;
equivocadamente giró a la derecha,
fue tremenda la frisadura;
el agua comenzó a entrar a chorro
en las bodegas; los tripulantes
se ahogaban, los que manejaban
las calderas
se quemaban vivo con el vapor;
y los pasajeros de primera
y segunda clase,
que sabían donde estaban
los botes de salvavidas,
gritaron todos a la vez:
“sálvese quien pueda”,
unos subían por los muros,
otros trepaban las rejas y saltaban,
de un país pasaban a otro país;
nadie quería hundirse
las heladas aguas del Atlántico;
los barcos que estaban
más a la mano para salir en auxilio
de aquellos que se ahogaban,
decían riéndose a carcajadas
“miren como celebran la fiesta
de ese barco que nunca jamás
será hundido”, y nadie salió
en su auxilio, en una noche plácida
y sin olas, el Titanic,
con todas sus luces encendidas,
poco a poco, partido en dos mil pedazos,
se hundía en medio del océano;
cientos y cientos, fueron
los desaparecidos;
los cuerpos helados
como témpanos, quedaron
dispersos en el mar;
muchos murieron de golpe
cuando se tiraban
de las altas torres, y los pocos
que sobrevivimos,
después de cien años
de aquella tragedia del mar, todavía
cantamos las canciones
de aquel barco maravilloso
que jamás será hundido. 




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