domingo, 30 de enero de 2011

Presentación de "Conjura para detener el temblor" de la escritora argentina Valeria Zurano. Santiago, SECH, enero 2011.

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Malú Urriola, Valeria Zurano y Gregorio Angelcos


Comentario de la poeta Malú Urriola
 “Antes de partir hubo un sueño
ante mis ojos se desmoronaba una ciudad”

 Así comienza Conjuro para detener el Temblor de Valeria Zurano. Un libro de poemas escrito desde la idea de la ruina de Walter Benjamin, una catástrofe amorosa que se parece en un punto al angelus Novus de Klee y el análisis que hace de éste, Walter Benjamin, con énfasis en los ojos vueltos al pasado: “El tiempo tintineando en las llaves”, versaría Zurano. Las llaves de una ciudad en ruinas: La del amor. Y la vuelta de giro al discurso amoroso tradicional: “El rescate de la mano que escribe de la mano del amor”.
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Pero, a cuál amor se refiere la poeta. En cuál amor ancla su poética. Si bien es cierto que hay un objeto de deseo ausente a quien la hablante se dirige e interpela con imágenes de rocas, sopas y fideos que esperan por alguien, un otro, que ha levantado o tirado sus murallas, para desandar su existencia.
Aquella altas murallas de las que hablaba Benjamin, en la poesía de Zurano, han completado su ciclo de obstáculos, de fortalezas, de límites y se han convertido residuos, rocas, piedras apiladas, metáforas del derrumbamiento, donde el corazón mismo, más que el órgano principal del sistema circulatorio, y tal como lo haya evidenciado antes Baudelaire es de piedra, está hecho con los materiales petrificados una historia de un proceso geológico, un ciclo litológico. La mano derecha, la que escribe, es la que posee los secretos de la noche y la libertad de transitar en medio de la ruina.
El amor perdido, perdido en tanto fracaso, no extravío, apunta tanto al objeto del deseo, como al propio amor sostenido entre la hablante y la poeta como materia individual. El abrazo que se recupera en las catástrofes de un sismo que tiene su epicentro en la mano que escribe. Cito:

Mi mano quedó encerrada en el pánico
en el círculo inexplicable del temblor
en la distancia que pronuncia la catástrofe.

 La littera, la letra escrita en piedra es la que se va enconando en la imagen de la ruina. El perdón y la culpa por no inventar las palabras que muestren la vastedad de lo eriazo en el centro de una pulsión de re-escribir el amor, amor que como escribió Walter Benjamin “puede ser un sentimiento generoso, ósea, el gusto por la prostitución pero que pronto se corrompe por el gusto de la propiedad.”
El poeta es para Benjamin un alma errante en busca de un cuerpo que entra cuando quiera en la persona de otro. Y sale cuando quiere. A través de su artificio: la palabra. Cito:

En un segundo la vida cambia
las palabras, los viajes, la corbata azul, el mal de amor
pierden sentido
caen junto a nosotros
y somos el punto final
de un poema que tiembla atrapado bajo las ruinas.

Así mismo, la sombra platónica o la sombra borgiana (el elogio de la sombra) son sutilmente retejidas por Zurano en un Conjuro para detener el temblor de la pulsión de escribir un mundo en ruinas. No puedo dejar de pensar en el poema Te veo como un temblor de Gioconda Belli. El temblor, lo telúrico, la estética de la ofrenda de un amor insalvable. Cito:

Pensábamos que el tiempo podía reducirse a un grito
y era cierto
tu sombra entrando por el costado
la lágrima absolutista de la soledad
esa gota donde se refleja el mundo que cae.


Pero no es por efecto de un amor insalvable que el mundo cae, es el cuerpo desde la modernidad y la disciplina burguesa sobre él, el que ha sido sometido. Bataille como antes los románticos se niega "activamente a cualquier intento de homogeneizar la vida, de aburguesarla, de reducirla a una rutina dominada por el trabajo y por el deber".

Y Zurano escribe conjurando a su mano escriba, ese órgano del cuerpo que no se disciplina:

mano escriba no me dejes
bajo el fuego del cielo de la premonición.

Piedra, palabra, fuego, videncia, mano escriba y pérdida, son elementos con los que Zurano ensambla un discurso amoroso en la alegoría de la ruina, el procedimiento retórico del ser y el sueño. En que “ese tiempo que es la soledad/de estar dormido sobre uno mismo”.
La que escribe este libro, la hablante, no la poeta. Establece el discurso de una pulsión mayor al amor, la pulsión de escribir, de amar las palabras que aún sobreviven a la ruina como quien busca asirse al ala de una mariposa.


Comentario del escritor y periodista Gregorio Angelcos
 Ella percibe que tiembla, pero como se trata de una percepción, abre sus alas y se desplaza en dirección a una estrella donde morirá el mito que imaginó en su inconsciente creativo. Sólo eso.

Estos conjuros para detener el temblor de Valeria Zurano son un ruego o invocación de carácter mágico que se recita con el fin de lograr alguna cosa: Una especie de exorcismo, imprecación a los espíritus malignos que no son atribuibles a factores exógenos, a fuerzas invisibles de la naturaleza que afectaban a nuestros antecesores en viejas civilizaciones invadidas por raciocinios subjetivos ante la incapacidad y los miedos que provocaban los fenómenos externos ante los cuales no se tenían respuestas racionales, que estimularan el análisis para sortearlos, mediatizarlos o controlarlos para devolverle la paz interior a una persona.

En este caso se trata de un conjuro a una presunción amorosa de la autora, en un proceso de sanación para despedir a un marido difunto. Un fantasma que penetra más allá de su lado consciente y activo en su estructura sicosomática el origen de un mito cuyo sustento contextual es el amor. Los seres humanos en el siglo veintiuno transitamos en un viaje saturado de vértigos estimulados por un materialismo mecánico que nos seduce irracionalmente. Entonces la felicidad como una búsqueda humana, tiende a extinguirse o a desaparecer por componentes otorgados por la modernidad científica o tecnológica que se convierten en sustitutos de la belleza, los sentimientos o el amor en sus diferentes acepciones, sean estas Freudianas o las que describe el psicólogo social Erick Fromm en su libro El Arte de Amar.

Por esta razón, el retorno de Valeria a una condición esencial humana en este libro como es el amor de pareja, lo constituye textualmente en una literatura apocalíptica, y en todo proceso de esta naturaleza, el hombre requiere de un principio básico que es el lado creador, una mixtura entre una especial dimensión de su funcionamiento neuronal, con las reacciones químicas del cuerpo frente a su eventual adversario.

Aquí aparecen los estados amorosos transitorios, las sensaciones y los deseos controlados en su situación emocional anterior, y penetra sin proponérselo en un laberinto por el que inicia una transición ciega hacia un destino desconocido. Se trata de un contexto temporal en estado de abstracción fuera del tiempo real, en el lenguaje de Octavio Paz, estamos frente a un tiempo que define como un tiempo de conciencia, un no tiempo inmedible desde una perspectiva cronológica, que puede ser un siglo o un segundo, donde los sujetos amorosos entran en un estado de trance, una hipnosis interactiva, que está ajena a cualquier intento de identidad compartida o felicidad eterna, aunque en su problemática enajenada esa sea una expectativa posible.

De ahí que en situaciones reiteradas el hablante lírico, provoque una escritura poética que tiene una tendencia inconsciente hacia lo apocalíptico, aunque no lo desee, sabe que esta experiencia tiene un rumbo definitivo y único, que es la destrucción del mito, el fin de un mundo, donde el derrumbe no solo hará temblar la relación, porque los grados del movimiento irán en ascenso y la destrucción será definitiva.

Luego, sobreviene la crisis, la decepción, la ausencia del mito de la felicidad, la soledad que provoca el término de la convivencia, donde las costumbres integradas habían castigado o perdonado un estilo de vida casi inseparable, con olores y sudores compartidos, una mimesis indisoluble que potenciaba ambas individuales y les daba un sentido subjetivo frente al mundo.

El amparo, la protección, la aceptación de las diferencias, a veces a regañadientes, pero la voluntad de comprenderse neutralizaba las posibles distracciones personales, había en este escenario una superación de los miedos y una renuncia consciente a la libertad y a las necesidades individuales, para enfrentarse a las inseguras variables de la modernidad, en un contexto de entendimiento y protección mutua. Pero al final, en la objetivación del uno hacia el otro, la idolatría cae hacia un abismo donde el final es inminente, la muerte se ha encargado de cumplir con su cometido, y a aparecen los errores, la verdadera identidad de los protagonistas, las mentiras que fueron mediatizadas para sostener la vida en el olimpo de los privilegiados, por este competo ambiguo e irracional que vivimos como la plenitud en el amor.

Así, muere Dios, se desarticula el poder, la solidaridad es una expresión del contexto articulado durante la transición hacia el inevitable final del tiempo, las conciencias van alcanzando plena autonomía, y el olvido deja secuelas sicológicas donde los hombres castigan o perdonan, dependiendo del impacto o las huellas que legaron de esa particular experiencia amorosa. Cito la dedicatoria de Valeria Zurano que antecede a su poemario: “A mi confinado adversario / cuyo nombre estará latente en estas elegías / para combatir el olvido de la tierra / que se lo ha llevado.

Pero, no se llevó la tierra, su desidia lo hizo invisible para su mirada atenta, se confino a un exilio, donde esta muerte tiene un valor de mayor significación que el presunto amor que pudo sentir por esta poeta, quien de alguna manera lo inmortalizó en estos versos, aunque toda la escritura de este siglo, no tendrá existencia para las generaciones venideras. Por tanto afirmo que esta anécdota escrita en verso, se constituye en una experiencia y un legado de un sueño que desapareció abruptamente para que todo retornase a la normalidad.

Zurano nos amenaza con su próximo libro “ La Belleza del resentimiento”, brinda por su libertad con cervezas heladas y con hielo, y su escritura dará un salto cualitativo hacia otras problemáticas, aunque esta en particular me hizo comprender que la vida en el amor, emulando el título de un libro de Ernesto Cardenal, sea posible, una y otra vez, con la intensidad y la pasión que se requiere con urgencia en un mundo cada vez más deshumanizado, y esto último, lo afirmo por mi propia experiencia actual.
Aunque al mismo tiempo debo ser honesto y confesar que coincido plenamente con el filósofo francés Jean Paul Sartre cuando sostiene que “el infierno son los otros”, a lo que agrega “Nadie es como otro. Ni mejor ni peor. Es otro. Y si dos están de acuerdo es por un malentendido”.

Valeria Zurano nos conmueve en este libro por su honestidad, por su sólido manejo del lenguaje poético, por la estética de sus versos y por el inmenso amor con el que concibió este poemario. Aprecio a tres poetas argentinas que son mis predilectas: Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, y Valeria Zurano, que con el paso de los años integrará a trilogía bonaerense para beneficio de la poesía latinoamericana.
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Gabriela Etcheverry. Coquimbo - Ottawa

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Sed

A la memoria de Julio Miralles
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Solo te echaste a andar
a consultar el oráculo
en la cima de la montaña.

“Lo mató la belleza”
dice tu epitafio.
La inmortal juventud.

Refulgías de tu propia lumbre
cuando paraste a descansar
a la orilla del manantial del poeta.

Bebiste del agua
que bajaba serpenteando
entre árboles y rocas.

Te distrajiste
mirando los pájaros
admirado de oír cómo sus cantos
se confundían con tanto verso
las voces de otros poetas
que como tú acudían a saciar su sed.

Muy lejos el oráculo
demasiado empinada la montaña
se te hizo de noche.

A mitad de camino
alumbrado por las candilejas del amor
adormilado con el canto de los pájaros
con los versos de poetas de antes y de ahora
te dormiste.

Nunca llegaste a saber tu destino.
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PAREJA
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En algún momento ella debe haber descrito en su diario esa fisura, que sólo mirando con lupa y al trasluz se podía ver. En los siglos que siguieron no volvió a ver la lupa ni el cuaderno. Perdió la memoria de sus sueños y hasta dejó de sacar melodías en el piano de la abuela.
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—¿What the hell is “mirar al trasluz”? —le preguntó la hija un día mirando uno de esos viejos diarios que ella creía hace tiempo en la basura.
—To look at something held up to the light.
—against the light —le corrige la niña.
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La mujer espera el silencio de la noche y vuelve a abrir el diario en la página donde había plantado esa fisura que ahora es un hoyo del porte de un puño. Echa una mirada al hombre que está a su lado durmiendo a pierna suelta. Un hilillo de baba conecta la boca a la almohada. “Remécelo… dile que te quieres devolver, que ya ni cenizas quedan donde hubo hoguera”.
El hombre abre los ojos despavoridos y empieza a remecerla.
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—Tus malditas pesadillas, mujer. Hasta cuándo, ya ni dormir tranquilo puede uno en esta casa.
Un gesto de ¿hastío, fastidio? le cruza la mandíbula y después, ya más calmado:
—… No es el mejor momento, pero…
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En la pausa que parece durar una eternidad, su mirada toca las fotos de la familia encima de la cómoda, las manos velludas se aferran a la colcha.
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—No es que no te quiera, entiende, pero…
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Ahora tira con fuerza los hilitos sueltos de la colcha para consternación de la mujer que no se atreve a romper la gravedad del momento diciéndole que no habrá plata para comprar otra. Ella sabe muy bien lo que quiere decir el marido, hasta podría ayudarle si quisiera, pero sus ojos se han empecinado en el minúsculo vellocino arriba de la coyuntura de los dedos del hombre.
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— ¿Crees que es verdad lo que dicen? —le pregunta rompiendo el silencio. Él la mira entre esperanzado y alerta.
— ¿Crees que es verdad que el hombre desciende del mono?



Gabriela Etcheverry es escritora y promotora cultural chileno-canadiense. Doctorada en literatura en la Universidad Laval, Quebec, tiene dos maestrías (literatura comparada y español) de la Universidad Carleton, Ottawa, donde enseñó cursos de idioma, literatura, cultura y civilización iberoamericana. Actualmente trabaja por cuenta propia como traductora e intérprete. En su novela autobiográfica Latitudes (Split Quotation, La Serena, Chile, 2007) se vale de cuentos, cartas, poemas y relatos para llevar al lector al momento más significativo de los primeros años de vida en Canadá, donde llegó en 1975, a consecuencia del golpe militar en Chile. La versión francesa de Latitudes será publicada por Antares (Toronto, Canadá) a comienzos de 2011. Publicó Añañuca, libro ilustrado bilingüe para niños en 2010. Uno de los cuentos de su colección Tú y yo ganó el primer premio en el concurso nacional Nuestra Palabra 2008 (Toronto) y fue publicado en Cuentos de nuestra palabra en Canadá, en 2009. Su segunda novela, Guayacán: tesoro y lujuria, se sitúa en Coquimbo, donde se crió en una familia de doce hijos, con un padre que se dedicó a buscar el tesoro que, según la leyenda local, los piratas escondieron en Guayacán (
www.qantatiliterario.com).
La revista Posdata, México, publicó una selección de su novela corta El regreso con el nombre de Barcos varados. Cuentos suyos aparecen en las antologías Retrato de una nube: primera antología del cuento hispano canadiense (2008), Las imposturas de Eros: cuentos de amor en la postmodernidad (2009) y en un libro de texto dedicado a la Enseñanza del español por medio de la literatura (2010). Algunos de sus cuentos han figurado en el suplemento cultural bilingüe chileno Coquimbo Times y en la revista Alter Vox (Ottawa, 2005). El periódico mensual de Ottawa Mundo en Español publica regularmente cuentos de sus colecciones “El árbol del pan y otros cuentos” y “Tú y yo”.
Ha publicado cuentos, poemas, ensayos, reseñas, crónicas y extractos de sus novelas en la revista electrónica La Cita Trunca (
www.etcheverry.info). Poemas suyos han aparecido en la revista plurilingüe Reembou 1 (1989) y poesía y crítica en la revista Alter Vox (Ottawa, 2001 y 2002, respectivamente). Su ensayo “Chilean Poetry Is Alive and Well in Canada: Women’s Voices” fue publicado en Arc: Canada’s National Poetry Magazine.
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sábado, 29 de enero de 2011

Baker y Millán caminan de nuevo por las calles

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por Carlos Amador Marchant

Cuando se extravían crónicas por lo menos de dos décadas. ¿será posible retomar el ritmo de éstas y rescatarlas con una nueva visión?.
Me sucedió con Josephine Baker, conocida en la primera mitad del siglo 20 como “El trompo negro” sobre los escenarios parisinos. Ella, a quien no palpé ni conocí obviamente por asuntos generacionales, siempre la sentí por mis venas, la sentí correr con su agilidad felina, y al mismo tiempo la vi posarse en mi rostro con sus ojos grandes y su negrura bella.

La Baker, proveniente de una familia pobre de los Estados Unidos, sumida en constantes sufrimientos, se levanta de repente como una bailarina promisoria en bares y restaurantes de la época. Pero el país del norte con un exacerbado racismo nunca la miró con buenos ojos. París sería entonces el sitio donde la esperaría la fama, ese París atestado de gente deseosa de ver cosas nuevas en el arte, en la expresión más elocuente del ser humano. Muy jovencita, cercana a los veinte años, sería parte de la innovadora revista negra (Revue Nègre), algo tal vez nunca visto en esos lugares donde parecía brillar la vida en todas sus dimensiones.

En la primera crónica que hice sobre Josephine, no tuve la suerte de verla (en videos) más de una vez actuando. Esto fue cuando asistí a una breve reunión con muestrarios de cine-arte (1984). Ahora es distinto, hay más material donde podemos observarla en sus más variadas poses y donde la agilidad del “trompo negro” parece tirar por el suelo al mismísimo Michael Jackson (sin dejarlo fuera de combate, por cierto). Y es que en el caso de este personaje las cosas se dieron de una manera distinta. Ella traía en su cuerpo el ritmo y la danza africana. Parece haber sido sacada de esos lugares (espíritu vivo) o de antepasados que se impregnaron muy fuerte en ella. Se vestía con atuendos de su cosmovisión originaria e incluía animales de distintas especies. Las grandes salas atestadas de público la aplaudían de pie. Los palcos con los señores más portentosos se inclinaban para saludarla. Fue una carta segura para el Music-Hall de París, como bailarina estable. Los grandes carteles se introducían por las principales calles de la capital gala. Era ella, con sus movimientos salvajes, con sus ritmos que parecían acelerar la vida.

Extraordinario resulta ver las imágenes donde la fiera rítmica se adueña de todas las más importantes salas de la capital francesa. Artistas famosos se acercan y son sus amigos por largo tiempo. La admiraban. Langston Hughes, Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, por nombrar algunos escritores. También el mundo del arte visual se aferra a su presencia: el pintor Pablo Picasso y el arquitecto Le Courbusier, entre muchos otros. La princesa de Mónaco es una de sus más cercanas admiradoras. Pero el mundo de EE.UU. se mantiene ciego a ella.No importa, la reina de color sigue haciendo de las suyas y amalgama influencias. Se hace también partícipe de movimientos que tienen que ver con los derechos de los hombres. Se introduce en marchas junto nada menos que a Martin Luther King. También podemos verla en la Segunda Guerra Mundial dar su voz contraria al nazismo y lucha incansablemente en su calidad de teniente. Por estas acciones, una vez que finaliza el terror impuesto por los alemanes de entonces, es condecorada por elgeneral De Gaulle. A Josephine Baker la seguí por largo tiempo. Es increíble auscultar a alguien que pertenece a una época distinta. Es como buscar lo intangible. En tiempos de ahora, tener contactos por messenger sin conocer a la persona. Fue, sin embargo, algo que atrajo sobremanera mi juventud, era la etapa en que buscaba cosas nuevas, la extravagancia y la sensibilidad al mismo tiempo, el deseo de escapar de la pobreza (ella) para situarse, con sus condiciones, en otro mundo, el mundo que sabe apreciar lo nuevo.

En poesía, en autores chilenos me ocurrió algo parecido. Admirador de la Generación Dispersa, cuando cumplía los 18 años, ya conocedor de la poética de Welden, de Lara, de Galaz, Pérez, Rojas, Quezada, Schopf, Lavín Cerda, Valdés, entre varios otros, siempre busqué la creación de ese poeta que daba la sensación que siempre se nos perdía (no así su obra); que estaba aquí y allá, casi como sabiéndose el más jovencito, el disparatado, el rebelde, el que era capaz de hacer creaciones que jugaban con el presente y lo movilizaba al pasado. Este Gonzalo Millán que cuentan sus amistades tenía pinta de niño bien, que reía y que luego, al paso de los años dejó la risa para transformarse en un hombre de mirada dura, perdida. Este Millán que en la década del 80 traté de contactar, pero siempre estaba lejos. Decían que andaba en Costa Rica, más tarde en Canadá, otro tanto en Holanda. Este hombre que buscó escribir una novela que nunca fue publicada con las anotaciones que Welden (muy joven aun) le dio de su experiencia en pesquerías del litoral de Iquique. Este poeta poderoso que al fin acuñó lo que siempre fue, un poeta de fuste.

En Trilce número 29 le dedican palabras certeras Manuel Silva Acevedo, Francisco Leal, Oliver Welden, Alexis Figueroa, Leonidas Morales, Walter Hoefler, Juan Cameron y Alejandro Zambra, a cinco años de su muerte tras un cáncer. Me suceden cosas curiosas con quienes trato de ubicar en el tiempo.

El año 2005, en La Sebastiana (Casa de Neruda), a minutos antes de dar una charla y una lectura de sus poemas, me lo encuentro en el cafetín que está a la entrada del lugar. Intercambio unas cuantas palabras, hablamos de sus amigos y mi relación con el norte de Chile. Fuma un cigarro tras otro y bebé un café cargado. Logro reconocer la mirada de Millán, una mirada fuerte y penetrante, una mirada cargada de poesía, de la poesía que gatilla y cala.

Si bien los poetas son seres de mucha inteligencia, en Millán ésta se duplicaba. Estoy seguro que su obra va a agarrar una connotación más allá de lo que imaginamos. A escaso tiempo de su muerte, ya llevándola cargada como una mochila, le expresa a Manuel Silva Acevedo que no sentía miedo de morir: “Curiosidad es lo que siento, por fin voy a conocer el gran misterio”.

Precisamente, a unos días de su fallecimiento, me encontraba junto a otros poetas, realizando un taller para jóvenes reclusos en el centro penitenciario de Limache. En la oportunidad, frente a muchachos inquietos y agresivos, el poeta Tito Valenzuela, con su voz pausada y mesiánica logra adormecer a las fieras. Su tema en el momento fue precisamente, Gonzalo Millán. Leyó sus mejores creaciones que entusiasmaron e hicieron reír a los internos. En un lapso, en donde produjo un silencio inusual en la sala, señaló que el poeta Millán estaba muy enfermo y que según noticias recientes era posible que muriera en esos días. Y así fue. Cuarenta y ocho horas más tarde, Gonzalo Millán se nos fue nuevamente, pero esta vez a un lugar desconocido.Josephine Baker, quien además de filmar ocho películas y mostrar no sólo su talento físico sino también vocal y que la transformó en la primera mujer de color que triunfa en suelos europeos, queda en la ruina por malos manejos económicos. En 1975 y casi cercana a cumplir los setenta años de edad, buscan formas de ayudarla y le preparan un musical para recordar diez lustros de vida sobre los escenarios. Fue en ese preciso momento cuando cae víctima de un derrame cerebral. Sus restos descansan en Mónaco tras cientos y cientos de homenajes.

Al comienzo señalé si era posible tomar el ritmo adecuado de crónicas extraviadas por mucho tiempo, y por supuesto que me respondo afirmativamente. Porque (los dos) fueron personajes que siempre busqué en mis etapas de juventud y siempre escapaban. Fueron, por otra parte, rebeldes disímiles, que murieron cargando sonrisas y a la vez trizaduras, las mismas que otorga la sociedad circundante, las calles con sus gritos y atrofias, las piedras que muchas veces no nos dejan avanzar, el grito espeluznante de la ira, la masacre de los exilios obligados.
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