lunes, 25 de octubre de 2010

Pulgarcito y los poetas

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Por cinco días poetas de países tan diversos como Suecia y Guatemala, más algunos de identidades nacionales múltiples azaradas por los exilios y las migraciones, se reunieron en San Salvador para entregar su poesía variopinta a niños y adolescentes de toda una gama de instituciones educacionales de El Salvador en el IX Festival Internacional de Poesía El Salvador 2010. Organizado por la Fundación Poetas de El Salvador y con vasto apoyo institucional, desde la municipalidad de El Salvador a la Secretaría de Cultura del gobierno del país, este encuentro fue poético didáctico—ya que aparte de la inauguración y el cierre—los poetas recitaron en aulas diversas de planteles de varios niveles educacionales. Esta orientación pedagógica y cívica fue un componente en ocasiones emocionante para quienes ejercen, o en algún momento ejercieron la docencia. Como fue mi caso antes de tener que salir de Chile en 1975. Esta tarea presentaba a los poetas el doble desafío de buscar un contenido axiológico y cívico adecuado para niños y jóvenes y de intentar mostrarles un lenguaje para ellos nuevo que despertara su curiosidad. O ambas cosas a la vez. Algunas noches, después de la cena en el hotel Novo, en un comedor abierto a terrazas, jardines y una piscina, los poetas leían sus trabajos, y eso nos dio otro nivel de un conocimiento mutuo ya cimentado en esas jornadas de lectura. El festival se desarrolló en un contexto de incorporación de la historia y la cultura del país a través de visitas comentadas a diversos lugares históricos en la ciudad y los aledaños, a museos, instituciones, incluso el cementerio, en un parasurrealista recorrido nocturno. A la labor poético educacional se sumaba así la incorporación histórica, sensorial e incluso gastronómica del país, esta última concretizada en las cenas y almuerzos en diversos lugares de la ciudad y sus alrededores. Pero no era posible dejar de advertir la presencia permanente de efectivos armados que vigilaban los principales paseos e instalaciones comerciales, testificando la presencia de una violencia delictual que ha sustituido a los avatares de la guerra. Este fenómeno es en gran medida producto del suministro de la droga a la clientela de los países desarrollados, pero es también en parte un remanente del conflicto civil, cuyo cese desmovilizó a tropas y combatientes. Estos sectores marginados, especialmente jóvenes, sólo pueden esperar la resocialización como la única manera viable de su existencia, en un país que atraviesa por un profundo proceso de cambio social y que pareciera haber dejado definitivamente atrás el aspecto político de la violencia: la guerra civil.

Los organizadores del evento asumieron dimensiones proteicas, a veces presentando autores, a veces siendo guías turísticos, u organizando la compleja infraestructura de esos días llenos de actividades para una veintena de personas en forma paralela y en diversas localidades. Fueron compañeros de jornada y conversación, y antes del encuentro, fueron los responsables de una selección de poetas que combinaba continentes, idiomas, generaciones y tendencias poéticas, lo que a la postre redundó en el beneficio formativo posible o potencial de esa semilla que quizás se instaló en el cerebro de tantos jóvenes para quienes se leyó. La nómina de estos poetas demuestra la variedad y riqueza de los discursos poéticos que por algunos días este festival puso a disposición de los educandos de El Salvador:

Inés Blanco, Colombia; Manuel Tiberio Bermúdez, Colombia;; Florencio Quesada Vanegas, Costa Rica; Mauricio Vargas Ortega, Costa Rica; Esther Trujillo García, Cuba; Silvia Pérez Cruz, Guatemala; Manuel Arriola, Guatemala; Waldina Mejía Medina, Honduras; Francesco Manna, Italia; Roberto Fernández Iglesias, México; Jimmy Javier Obando, Nicaragua; Salvador Medina Barahona, Panamá; Marco Rodríguez –Frese, Puerto Rico; Edgardo López Ferrer, Puerto Rico; Helmut Ernesto Jeri Pabón, Perú; Henrik Nilsson, Suecia; Luis Ernesto Gómez, Venezuela; Israel Colina, Venezuela

Pero hubo algunas representaciones un poco más complejas: Silvia Cuevas Morales, de origen chileno, representó a Australia, ya que de muy joven se exiló con su familia en ese país, pero actualmente vive en España; Rina Tapia de Guzmán, representante de Bolivia, ha estado exilada en Colombia desde hace décadas; Françoise Roy, de Canadá, es una escritora quebequeña que vive en México, donde ha publicado bastamente en español, y está el caso de la autora Bessy Reyna, quue llegó como poeta estadounidense, pero es oriunda de Panamá. Yo iba como canadiense, aunque originalmente soy de Chile. Esto da testimonio de los desplazamientos y configuraciones culturales, idiomáticas e identitarias en este mundo de exilios, migraciones, desarraigos y rearraigos y de la siempre cambiante noósfera virtual que de alguna manera hace obsoletas las fronteras en lo que literatura se refiere. Hubo gran armonía entre los poetas asistentes en este encuentro, que terminamos entusiasmados y revitalizados—en el caso de los más viejos como yo—por el contacto con este pueblo acogedor, cálido y talentoso y por el entorno físico de este pequeño país a veces casi increíblemente bello.

Ya en el avión de vuelta me vine leyendo el segundo tomo de las obra poética completa de Roque Dalton—regalo de la Universidad Tecnológica de El Salvador—que en su libro Las historias prohibidas del Pulgarcito, de 1974, retoma el nombre que Gabriela Mistral pusiera cariñosamente a El Salvador; El Pulgarcito de América. Sentado junto a un salvadoreño residente en EEUU que pasa todos años algunos meses en El Salvador, pensaba en dos iniciativas surgidas de las conversaciones e intercambios entre los poetas. Alguien propuso hacer un evento poético internacional de solidaridad con la autodeterminación democrática de Palestina y una compañera me propuso trabajar hacia un encuentro o congreso de la diáspora de la poesía chilena. Y seguramente iremos sabiendo más sobre las reacciones personales de los poetas en sus respectivos contextos y geografías, si hacemos un clic en www.redyaccion.com del poeta y periodista colombiano Manuel Tiberio Bermúdez, que sabiamente nos dice "Antes muertos que perder la vida".
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1 comentario:

  1. Si estuviste aquí, en El Salvador, querido poeta, lamento no haberme dado cuenta para saludarte y estrechar tu mano.

    André Cruchaga

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