sábado, 26 de junio de 2010

Carolina Quinteros. Nicho 56, Sudor Editorial, Tiltil, Región Metropolitana, Chile.

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En libros recibidos, Carolina Quinteros nos llega como hojas entre dos muertes. Versos de vida libre que riman en el canto del prólogo de Polentzi Uriarte García De Cortázar Ámsterdam/Santiago, Abril del 2010. Que la recrea así: Ella lo ha descubierto, ella la encontró “sentada en las cuatro esquinas del universo” y nos avisa que "la muerte brinca dulcemente, letal y casi incipiente en el alma y en el agua de la vid.”

Y la poeta elige para su primer publicado, un selecto de otra gran chilena:

“Había sufrido la muerte de los vivos. Ahora anhelaba la inmersión total, la segunda muerte: La muerte de los muertos.”
“La Amortajada” María Luisa Bombal



Sombras

Sólo sombras.
Soles invernales en los ojos que se nublan por la concavidad del éxtasis…
Sólo sombras.
Lunas mutiladas por el talle de los miedos.
Oblicua gestación de un nuevo mundo,
vislumbrado como una calle parecida al infierno,
al paraíso o al limbo
en el desconocido sitio que gime en la alborada de los días…

Sólo súplicas.
Espasmos que se quiebran en los espejos de la noche…
Sólo agujeros en el viento…
Sólo silencios en mi boca y tu boca,
en mi palabra que te lleva quieto por la inmensidad oscura.
Dulce himno.
Vaso de misterios que no deja huella en el camino de los días.
Sólo manchas de un momento grácil en el vientre de los miedos.
Pinceles que se agitan al vaivén de los reflejos de tu casa y mi casa.
Una lámpara que alumbra el camino del desvelo,
cuando en la avenida se pierdan nuestros pasos.


Desde mi aliento

Desde mi aliento, quiero invocar una plegaria, un rezo absoluto.
Y a través del crucifijo, quiero contemplar esta tristeza
que atraviesa por la intemperie y la soledad del alma.

Desde el rincón de mi catarsis, tal vez un preámbulo
deje un hálito calado en mi padrenuestro,
porque el viento, de tarde en tarde dibujará una sonrisa,
una caricia o un dolor ajeno.
Las noches verterán sus luces, opacas en las sombras,
claras en la búsqueda perpetua.

La huella será guía del camino,
entre el cansancio y el vigor de la sorpresa.
Toda la tormenta de mis huesos se hará invierno en esta espera,
serpenteando el gélido espanto de los momentos
y como terrores absurdos serán los miedos,
declinando el comienzo y el fin de la vida


Confesiones
I


El día de tu muerte,
vi la llovizna caer en tus ojos de fuego.
Luego supe que la inmensidad se hizo cargo de tus fuerzas
y un vigor violáceo quedó indómito,
entre el crucifijo y el plenilunio del silencio…

Vi que las hojas caían de los árboles y que el cielo se oscurecía
cuando fenecías dentro de las sábanas de nuestro amoroso lecho.
¡Y tan gélida fue la intemperie de los vientos!
que la tormenta dibujó en la ventana, la brisa que aquietó las lágrimas.
Una oración voló de pronto silenciando los suspiros,
cuando lentamente varios hálitos vistieron tu cuerpo
de guirnaldas y escarchas de colores dentro de universos gélidos…

Entonces se escapó el tiempo
como inmortal heredero del sollozo,
erigiendo una excusa sin nombre ni apellido dentro de mi alma.
La habitación se hizo mustia,
porque más tarde, la muerte – me dijo- “cubriría con estepas tus mejillas”,
aún cuando las sombras del infierno, ensombrecieron tu propia sombra.
Y así, alrededor de tu lecho se quebró la magia
y no hubo más que soledad y uno que otro recuerdo ajeno.


Llueve

Esta tarde,
llueve quieto, llueve amargo,
llueve a cristales escarlatas,
a girasoles, a noruegas tardes de otoño…

Llueve viento, llueve cóncava tu mano.
Estás lejos…Hueles muerto.
Y la lluvia también huele a fantasía,
a dolor eterno.
Y la lluvia cae, gime garúa, gime mío.
Gime el viento, gime la lluvia.
Llueve en la catedral y en la iglesia allá del campo.
Llueve a cemento, a mármol de tu risa, de tu llanto mudo.
Y gime como entonces, emancipada mi templanza
Y la lluvia, llueve a jirones de mortaja,
de locura y sinrazón de esperanzas…
…Llueve mi alma y mi entraña…
Llueve como entonces, la tarde aquella.


Epílogo

A mí me gusta oler a lágrimas y a tiernos llantos.
Oler a tristezas y a flores de los tiempos.
Acariciar los espasmos absolutos de los cementerios.

A mí me gustan las coronas que se yerguen como gotas de claveles
entre los pasos y el silencio de la vida.
A mí me gusta saborear el aroma de las aguas y de los días
dentro de las penas y superar con mi nostalgia,
la caricia entre formas y montañas.
A mí me gustan los epitafios que se enfilan como mármoles sagrados
alrededor del escondrijo de una risa
y la lluvia es más tormenta en los templos de las almas de los muertos.
Espirales que se enredan como lirios, como formas indeleblesde las tumbas.


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