sábado, 18 de julio de 2009

En torno a periodismo y literatura

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por Alfredo Lavergne


La actividad literaria y la periodística, acostumbran compartir espacios, incluso a veces en la misma persona. Sin embargo, todas las prácticas humanas están insertas en una Historia, que a través de múltiples medios las determina, les da el rol social que cumplen y nos exige tomar decisiones.
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Escribí hace algunos años que el periodismo era mucho más moderno como actividad específica que la literatura y hoy diría que nacen juntos en la literatura de romances, cantares de gesta, etc., en la que a veces cumplían función ‘informativa’. O sea, que no habría en esas letras separación.

El periodismo asume como misión expresa la de informar, tarea precisa y delimitada que lo diferencia del mundo de concepciones y sobreentendidos que se anotan a la misión de la literatura. La vocación de eco de lo que acontece a nivel particular hacia el mayor ámbito que los medios de comunicación logran abarcar –pieza clave para la integración de la sociedad-, es una herramienta fundamental en la necesidad permanente del hombre de situarse, saberse y reconocerse como parte de un tiempo determinado y un entorno histórico, social y político en permanente cambio.

Es en este sentido que antes de buscar la raíz de la separación contemporánea entre periodismo y literatura, debemos señalar el profundo espíritu humanista que subyace en ambas actividades: esa herramienta para situarse, desde otra perspectiva, es una de las más conscientes determinantes de la actividad literaria. Los ejemplos están a la mano si debiésemos señalar cómo todos los días vemos periodismo de estilo literario y literatura de vocación periodística.

El primero es prácticamente un cliché: Ernest Hemingway. Su vocación literaria corre a la par de su profunda vocación periodística, al nivel que su misma obra es un constante maridaje entre ambas actividades.

Mucho más allá de la literatura de escritorio, Hemingway se planteaba como una de las misiones fundamentales de la literatura desarrollar un profundo sentido de identificación con la vida en su manifestación más plena e intensa, asumiendo inclusive realidades sombrías como la guerra para retratar a la humanidad en su despliegue más pleno. En este sentido, el periodismo, practicado por él con una maestría y precisión impecables, acompañó a la literatura a través del ardiente derrotero de su vida: la guerra, la caza y pesca deportivas, la tauromaquia; Madrid, el Kilimanjaro, Habana; aparecen en su obra literaria al mismo tiempo que en su permanente trabajo periodístico. Su trabajo en este campo influye en el estilo preciso y conciso de su prosa literaria que, al no completar la narrativa completa y omnisciente de la literatura clásica, es capaz de crear atmósferas perturbadoras, precisamente por el afán expreso de retratar la realidad tal como aparece. En él, los límites entre periodismo y literatura prácticamente no se pueden fijar.

Otro ejemplo, mucho más cercano (aunque tan lejos de los actuales hábitos de lectura), constituyen los dos máximos referentes de lo que el modernismo dio en llamar costumbrismo: Joaquín Díaz Garcés y José Joaquín Vallejo. Ambos, reconocidos trabajadores y empresarios de una prensa que en Chile vivía un momento bullente absolutamente sin parangón en el resto de su historia, siguieron la línea trazada por otro de los grandes escritores-periodistas, Mariano José de Larra, en el sentido que la literatura debía asumir un sentido netamente nacional, que lograra retratar, ya no los sueños o los ideales de la sociedad (como querría el romanticismo), sino que la real manifestación del carácter del país, no importando que este carácter sea decepcionante o grosero, o que el resultado sea ligero y sin mayores consecuencias. Díaz Garcés y Vallejo (o Ángel Pino y Jotabeche, como firmaban sus artículos de más refinada elaboración) son verdaderos maestros de la prosa, asumiendo un estilo ágil y pleno de segundas intenciones en sus obras principales: el artículo o la “página” de costumbres, destinada a aparecer en la prensa diaria.
La escasa nueva lectura de estos escritores-periodistas por parte del siglo XX va en directa proporción a la pobreza de lenguaje del periodismo contemporáneo que, a su vez, se corresponde con la pobreza de lenguaje de nuestra población.

¿Cuál puede ser la causa para la notoria separación entre periodismo y literatura en el mundo moderno? Creemos que hay que buscarla en el extremo modelo economicista actual, que más allá de asignar un rol y misión particular a las actividades humanas desde criterios de verdad, decoro o utilidad social –como absolutamente todos los sistemas sociales han propugnado-, determina a los oficios según su capacidad de reproducción de la riqueza económica. Así, la literatura cae en la red a través de las grandes empresas editoriales, que con criterios de mercado dictan líneas de publicación y marcan la ruta por las cuales definir el gusto y controlar el mercado literario, generando una especialización manifestada en zonas geográficas, grupos sociales y nivel académico –tarea en la cual el actual periodismo literario, también radicalmente especializado, cumple un rol primordial. El periodismo, asimismo, está cada vez más lejos de restituir en su práctica al hombre en su totalidad, enmarcándose de acuerdo a directrices globales manejadas desde las grandes agencias de prensa, que en pos de una mal entendida “objetividad periodística” limita permanentemente la posibilidad de un nuevo periodismo, al menos desde los grandes medios de comunicación tradicionales –se genera así una extrema funcionalidad en la actividad de la comunicación social, que lo hace permeable de “venderse” y de responder a las exigencias del sistema con las precisas imágenes que éste le pide.

Creemos que existe la posibilidad de revitalizar la relación entre periodismo y literatura. Aquí me permito el referente a Ryszard Kapuscinski. En primer lugar, el periodismo debe tomar consciencia de su rol permanente y fundamental de aportar a la memoria de la vida social, y en esto no nos referimos tan sólo a la memoria histórica, sino al real y constante llamado al hombre a re-visar el entorno social y vital de su vida: la sociedad humana es la misma hoy que ayer y antes de ayer, gracias a esta constante y actuante memoria. Hay que ver en el periodismo la posibilidad de una promoción del ser humano en sus valores más plenos y fundamentales.
En segundo lugar, la literatura debe hacerse consciente de su misión de eco y expresión del entorno vital y social del hombre, no ya de la manera esquemática y unilateral de los autoritarismos de izquierda o derecha, que dictaron lo que se debía escribir, sino de un nuevo modo: implica saber reconocer que la más vanguardista de las literaturas no puede dejar de responder a la situación de enajenación del hombre ante un mundo que se totaliza frente a él, dejándolo aislado y enfrentado al hecho de que él mismo está escindido. Hay que ver de nuevo en el acto de la literatura una expresión de esencialidad humana y libertad que no se puede comprar o vender.

En tercer lugar, hay que reconocer la viabilidad de prácticas comunitarias en el ejercicio del periodismo y la difusión de la literatura a través de las tecnologías de Internet. Nuevos medios de prensa, de generación y alcance internacional, están haciendo real un viejo sueño de las vanguardias políticas: el establecimiento de una red de comunicación social alternativa, que no sólo responda a la visión individual, sectorizada; sino que se hace capaz de autogenerar y autodeterminar su expresión a través del feedback permanente de los receptores. Esto debilita necesariamente los intentos de hacer caer la comunicación social global en la red de un economicismo totalizante.

Un periodismo que se plantee desde estas perspectivas es condición fundamental para una nueva puesta al día en la situación de la literatura en el entorno social, para la postulación posible de canales de circulación literaria no aherrojados por el criterio de mercado; será, asimismo, la única posibilidad de una nueva cercanía y mutua alimentación entre la literatura y el periodismo. Y, ante las urgencias del día –la posibilidad de una hegemonía política mundial única, la absoluta crisis ambiental, la búsqueda necesaria de nuevas soluciones a los viejos problemas-, tales actividades sabrán responder como lo han hecho en los momentos más extremos de nuestra historia moderna: hablando hacia el hombre, desde el hombre.


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Alfredo Lavergne. Poeta, nació en Valparaíso. Emigró a Canadá en 1975, país donde publicó en diferentes medios literarios y logró dar a conocer su obra en extenso. Se radicó en Québec, Montreal. Se sumó al estudio de la obra huidobriana (creacionismo), al haiku (poesía japonesa) y a la creación literaria. Colabora en revistas especializadas, festivales y periódicos. Retornó a Santiago de Chile en 2005. Su obra ha sido incluida en diversas antologías y revistas. Ha publicado siete libros de poesía en castellano y tres bilingües en idiomas castellano-francés.

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